miércoles, 3 de febrero de 2016

Me siento mal mintiendo. pero esa es mi pega. Nada que hacer ni que pensar. Tengo los días libres y en las noches no duermo. Acá, el tipo de Taxi driver no se atrevería a conducir un remis. Los taxis son territorio de la gente que estuvo en la gloria y fracasó, pero sigue creyendo. Hay otras formas de ganarse la vida en esta ciudad con bares que te esconden hasta la hora del gallo. Este trabajo es lo más ajeno que he tenido, y en el cual me he sentido menos identificado a mi empleador. Probablemente sería más gratificante trabajar para el departamento de recursos humanos de Hamurabi o Atila. Nada me calza en la cabeza, de verdad me hastía el mentir. Pero lo hago bien. Estupendamente. Descubrí la manera de dormir una hora al día, asistido por medicamentos. Puse la batería sobre un pallet, y éste sobre una pila de frazadas, y la vecina de abajo no ha vuelto a molestar (bueno, lo de ser músico quedó en el olvido, ahora sólo queda lo de ser un chileno viviendo en la palomera de un sucucho en Santa fé). Es mi séptimo mes de sueño controlado, y acabo de despertar. Me duelen las costillas y los pies los tengo entumecidos, me condenan, me aturulecan, me espantan todos con sus caras de que todo está bien y sólo aprendes a manejar un discurso en el cual no crees como los faquires que caminan por el fuego. ¿No te quema la boca, no te arden los oídos? Federico y su hermano Julio eran los únicos que me entendían, que sagradamente los miércoles, conectaban guitarra y micrófono a una radio y creían que todo iba a ser exactamente lo mismo, exactamente. Yo les seguía, con mi pulso, con la mirada, con los dedos parchados. Tocábamos siempre las mismas canciones, y la mismo tiempo siempre hacíamos algo distinto. ¿No estamos ya viejos para esto? Sigo recibiendo cartas de mi madre, sigo teniendo la misma pieza, con los mismos posters, el mismo olor a humedad vetusta. También perdió un hijo, Fede, y está lejos del otro. ¿Me juras que esto va a resultar, que los pibes van a bailar, que vas a brillar por sobre todas las luces de las avenidas que siguen brillando aunque haya cada vez menos jóvenes en las esquinas, cada vez menos risas en las terrazas? ¿o sólo quieres tenerme unos días más, reventarme a milanesa, a bebida, a gaseosa, a dulces empalagosos, a pena descalabrada? Me levanto de la cama vestido, y subo al techo del edificio. Aún puedo ver las luces intermitentes de Buenos Aires, una ciudad empantanada y ruidosa, tan grande que ya de contemplarla me pierdo. Pienso en la soledad de otras personas que no conozco, en lo estúpida que es la muerte, en lo estúpido que es matar. Pienso en volver a Chile como llegué, sorteando cerros y espinos; pienso en cuando conocí la nieve, de la peor manera. En las sábanas de saco harinero, en el té con leche. Un beso en la frente como una marca indeleble de amor, y las llaves sobre la mesita de centro, junto a la grabadora.

1 comentario:

  1. En las últimas líneas te las arreglaste para meter importantes cantidades de nostalgia de esa que saca sonrisas. Saludos.

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