sábado, 30 de abril de 2016

Medio monstruo (15 octubre, 2010, intervenido el 30 de abril, 2016) Un individuo, trabajo mediocre de oficina – asistente de sucursal, idas al banco, pagos de cuentas, cafés, sonrisitas de celofán – decide independizarse y vender libros piratas. Se arma una pequeña editorial en la casa, a punta de inyección continua, impresoras con popurrís de partes viejas de marcas y estados disímiles, que logra ensamblar con amor frnkensteiniano en el cuarto de su hermano muerto. Mantiene su pega, principalmente para robar papel en la oficina (recicla a veces, papeles con documentos importantes: oficios, circulares, correos electrónicos de amantes y acuerdos bajo la mesa; borra a veces con corrector nombres, teléfonos o direcciones que podrían meterlo en problemas). Su paciente trabajo es imprimir por bloques, tiradas de cincuenta ejemplares, lograr que cada hoja tenga por ambos lados dos páginas, lo que permite que sea más cómodo guillotinar los ejemplares y coserlos. Las carátulas las hace a mano. Las corta, pega, dibuja y todo. Arma libros que le gustan. A veces mezcla dos novelas cortas en la misma edición. Hace portadas distintas para cada una, a veces invirtiendo el orden de las páginas, como los mangas japoneses. Ha mezclado Carver con Leavitt, Juan Emar con Lihn. Una vez hizo una versión en prosa de el Eternauta, poniendo su nombre en la portada, cosa que nadie siquiera notó. Lo hizo sentir importante y a la vez miserable. La vida se le reduce (o se agranda) a esto, después de terminar con su esposa, por ser un desgraciado. Ella le cincelaba en la cabeza constantemente el hecho de que hubiera cambiado tanto, desde que se conocieron, hacía veinte años. Lo vio caer en cámara lenta, hacia la tristeza, sin poder extender la mano, sin un charchazo revelador, sólo siendo una espectadora. Ahora, soltero, vuelve a lo mismo, la inseguridad, la vergüenza, cosas que pensó había dejado hace años en un saludo de mano con el personal de turno. Él siente que la mitad de lo que ella dice es cierto. Todos cambian. Ella también cambió, y para mal. Ese era el problema. Lo que ella exigía, se hacía, era parte del cortejo, de la caravana, pero cuando ya eran pareja de años, el seguía tropezando consigo mismo, y no pueden ocurrir las mismas cosas en todas las vueltas del carrusel. Y cedió. Buscó por ella un trabajo de mierda. Lo consiguió, y el trabajo lo consiguió a él. Por supuesto, la gente cambia todo el tiempo. Nada que decir al respecto. La gente cambia. La gente cambia. Para bien o para mal, la gente cambia. Alguien, de alguna editorial, encuentra sus libros en la calle, y le atraen mucho las portadas. Tampoco nota el cambio de nombre en el eternauta, sólo desencaja la mandíbula ante la escafandra en tres dimensiones, hecha de tetrapack. En dos meses, roba papel en una oficina distinta, y sus diseños de portadas empiezan a aparecer en librerías que, como él, importan sólo a un puñado, pero en realidad están muertas.

2 comentarios:

  1. ¡Admirable relato! Te cuento que el finde estuve en una feria de minieditoriales pero no creo haberme cruzado con tu personaje. Lo que si, cambié unas cuantas sonrisas de celofán con otros muertos en vida. Saludos muchacho.

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  2. ¡Admirable relato! Te cuento que el finde estuve en una feria de minieditoriales pero no creo haberme cruzado con tu personaje. Lo que si, cambié unas cuantas sonrisas de celofán con otros muertos en vida. Saludos muchacho.

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