domingo, 24 de enero de 2016

Ñeclas. Le decían Juanito, pero se llamaba Pedro. Juanito por juan, su padre, peluquero de aquellos antiguos, de navaja, de paños hirviendo, de bigotes gruesos y encerados, de zapatos de zuela y tapilla. Nunca le gustó que le dijeran Juanito, pero se terminó eventualmente acostumbrando, cuando iba a comprar las dos marraquetas del día, cuando iba a dejar las vacas al potrero en la mañana, cuando jugaba de portero esas pichangas interminables que siempre terminaban en riña y abrazos de borracho. El único talento notorio de Pedro (notorio para su comunidad, el pueblito de una sola calle llamado Las Vertientes, cuya mayor curiosidad era que nunca había existido una, pues era sólo un cuento que hace cien años los huasos con chalas de llanta contaban a las incrédulas de los pueblos vecinos) era hacer volantines. Sus ñeclas llegaban hasta lo más hondo de los cerros, si el carrete era lo suficientemente generoso. Él mismo secaba el coligüe y teñía el papel de diario. Pedro soñaba con ir tan lejos del pueblo como los volantines que se cortaban cerca del Paso del Finao Júbilo. La carretela con el médico llegaba puntual lunes, miércoles y viernes, para los controles de Don Juan. Juanito había dominado ya el arte de evitar las escaras y reducir al mínimo los accidentes de aseo corporal. Había creado varios armatostes, todos de madera, que cumplían distintas funciones, entre otras, separar piernas, levantar parte inferior de la espalda y transportar a su padre al baño mediante un carro que hacía las funciones de silla de ruedas. Evidentemente, y como su padre ya no podía levantar una tijera, asumió las labores de la peluquería. Abría todas las tardes de cuatro a nueve, prendía la vieja radio Giannini con el dial pegado en la radio Chilena y se sentaba en la silla giratoria a cortar coligüe con una cortapluma. Juanito nunca pensó que volvería después de tanto tiempo. Juanito hasta olvidó que se llamaba Pedro, lo que era bueno, porque en Las Vertientes nadie conocía a Pedro Mondaca. Sólo a Juanito Soto, y Juanito no mata una mosca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario